Zen en el tiro con arco
Zen en el tiro con
arco
es el título de un libro que cuenta las vivencias personales de su autor, EUGEN HERRIGEL, durante su estancia
en Japón, en la cual se dedicó al aprendizaje del arte del tiro con arco.
Narrado desde un punto de vista intimo, el autor nos relata su evolución en el
manejo “espiritual” del arco, así como las diversas charlas y consejos que
recibió de su maestro.
Este libro no ha
sido fácil de leer, tal como advertía una nota al comienzo del libro, debido
tanto al estilo de la narrativa, semejante a la de un diario personal, como a
lo repetitivo de la historia en sí, aunque también es cierto que a partir de la
mitad mejora bastante.
He de admitir que se
me ha hecho bastante pesado de leer por lo ya expuesto, y porque además
considero algo paradójico el tener que leer un libro versado en la filosofía
Zen por obligación. El aprendizaje de una doctrina, al igual que la lectura de
cualquier libro, debería ser una necesidad que naciese de uno mismo, de este
modo tanto el aprendizaje como la lectura se verían con otros ojos.
Sin ir más lejos,
este mismo verano me dediqué a la lectura de un libro llamado Zen y
Artes Marciales que me resultó bastante interesante, no sólo porque
sació mi curiosidad respecto a las características de las distintas artes
marciales existentes, sino que además hablaba sobre la espiritualidad que
envuelve a estas, más allá de la violencia que en ocasiones implica su
práctica, motivo por el cual muchas personas desechan la idea de practicarlas. Hago
alusión a este libro porque en él encontré frases mucho más interesantes que
las que he podido encontrar en este otro, las cuales fueron escritas por
grandes maestros.
Otra de las
sorpresas que he encontrado en Zen en el tiro con arco, es ver de nuevo la
historia de Tajima-no-kami, la cual he publicado en la entrada anterior porque me gusta
sobre manera.
A continuación os dejo unas cuantas frases destacables de la lectura de Zen en el tiro con arco y en la siguiente entrada publicaré la ilustración que he realizado partiendo de una de estas frases como trabajo de clase.
Citas de Zen en el tiro con arco
El adepto del Zen se
niega rotundamente a ofrecer una especie de manual de instrucciones para
alcanzar la bienaventuranza, pues sabe por propia experiencia que nadie puede
iniciarse en ese camino sin la concienzuda dirección de un experimentado
preceptor, ni recorrerlo hasta el final sin la ayuda de un maestro. Pero no
menos decisivo es, por la otra, que sus vivencias, victorias y transmutaciones,
mientras sigan siendo "suyas", han de ser vencidas y transmutadas una
y otra vez, hasta tanto todo lo suyo esté aniquilado. Sólo así se echa la base
para las experiencias que, como "Verdad universal", lo despiertan a
una vida que ya no es su vida cotidiana y personal.
Vive sin que siga
siendo él quien vive.
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Cuando la cuerda
está estirada hasta donde lo permita el arco, éste encierra el
"universo".
Esto produce un tono, mezcla de cortante restallido y grave zumbido que, tras
escucharlo algunas veces, nunca más se olvida: tan peculiar resulta y tan irresistiblemente
invade el corazón. Desde tiempos remotos se le atribuye el misterioso poder de
conjurar a los malos espíritus, y puedo comprender muy bien que tal creencia se
haya arraigado en todo el pueblo japonés.
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Quien no tenga dificultades
al comienzo las tendrá, y peores, más adelante.
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El arte del arquero no
es ningún pasatiempo, ningún juego carente de finalidad, sino una cuestión de
vida o muerte." -"Y no me desdigo. Los maestros arqueros decimos: ¡Un
tiro, una vida!
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De una simple hoja
de bambú usted puede aprender de qué se trata. Bajo el peso de la nieve se
inclina, más y más. De repente, la carga se desliza y cae, sin que la hoja se
haya movido. Igual que ella, permanezca en la mayor tensión, hasta tanto el
disparo "caiga". Así es, en efecto: cuando la tensión está
"cumplida", el tiro tiene que caer, desprenderse del arquero como la
nieve de la hoja, aun antes que él lo haya pensado".
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Así, un día le
pregunté al maestro "Pero ¿cómo puede producirse el disparo, si no lo hago
yo"?
"Ello
dispara" --respondió.
-"¿Cómo puedo
esperar el disparo, olvidado de mí mismo, si `yo' ya no he de estar allí?"
"Ello permanece
en la máxima tensión."
-"Y ¿quién o
qué es ese Ello?"
-"Cuando haya
comprendido esto, ya no me necesitará. Y si yo quisiera ponerle sobre la pista,
ahorrándole la propia experiencia, sería el peor de los maestros y merecería
ser despedido. ¡No hablemos más, pues, practiquemos!"
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Vivía al día sin
pensar en el mañana, cumplía en la mejor forma posible con mis obligaciones
profesionales y finalmente hasta dejé de tomarme a pecho el que me era
indiferente todo aquello a lo cual había dedicado, durante años, mis más
persistentes esfuerzos. P.26
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"Supongo que lo
peor, lo dejamos atrás -dije cierto día al maestro, cuando anunció que íbamos a
pasar a nuevos ejercicios. "Al que debe caminar cien millas - respondió-
nosotros le recomendamos que considere noventa como la mitad. Lo nuevo, de lo
cual se trata ahora, es el tiro al blanco."
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Debía de haber,
suponía yo, una relación entre el blanco y la punta de la flecha, y por ende
una manera probada de dirigir la puntería para dar en el blanco con mayor
facilidad.
"Por supuesto
que existe -respondió el maestro- y le será fácil encontrarla por sí mismo.
Pero si entonces casi todas sus flechas dan en el blanco, usted no será otra
cosa que un artista del arco que puede exhibirse en público. Para el ambicioso
que cuenta sus impactos, el blanco es un mísero pedazo de papel que sus flechas
desgarran.
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-"Usted se
preocupa en vano; deje de pensar en los aciertos.
Usted puede llegar a
ser un maestro arquero aunque no todas las flechas den en el blanco. Los
impactos en aquel blanco no son más que pruebas y confirmaciones exteriores de
su no-intención. La maestría tiene sus niveles, y sólo quien haya alcanzado el
último no podrá ya errar la meta exterior tampoco."
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Me pongo frente al
blanco de modo que tengo que verlo, aunque no me fije en él intencionalmente.
Pero por otra parte sé que el verlo no es suficiente, que no decide, ni explica
nada, porque veo el blanco como si no lo viera."
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Ya sabe que no debe
enojarse por los tiros fallados. Pero tampoco debe regocijarse con los
logrados. Tiene que desprenderse de ese fluctuar entre placer y desplacer.
Tiene que aprender a sobreponerse a ello con libre ecuanimidad, alegrándose como
si otro hubiese hecho esos disparos. Esto también tiene que practicarlo incansablemente.
No se imagina cuánta importancia tiene.
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